martes, 18 de septiembre de 2007

Socialismo y emigración, el caso de Cuba


Por Carlos M. Estefanía, Director de Cuba Nuestra

El 21 de agosto de 2007 el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (Minrex), hizo pública una aclaración titulada “La posición de Cuba sobre la más reciente violación de los acuerdos migratorios”.

Conflicto migratorio EE UU-Cuba

El comunicado comienza con referencias a un despacho transmitido por la agencia de noticias Reuters, según el cual, Hungría habría garantizado asilo político a 29 cubanos detenidos en la base naval estadounidense en Guantánamo. La misma fuente aseguraba que fuerzas de Estados Unidos, habían detenido a 44 cubanos en el mar, de los cuales 17 mantuvieron una huelga de hambre de tres semanas para demandar el ingreso a Estados Unidos.

Por su parte, el gobierno de esa nación había estado buscando países dispuestos a aceptar a los cubanos capturados en alta mar, consiguiendo que Hungría garantizara asilo para 29 de ellos. El asilo estaría condicionado por el pago norteamericano del alquiler, ropa de invierno y cursos del idioma durante un año para los refugiados. Otros 5 recibirán visas estadounidenses y algunos están esperando el permiso de un tercer país.

Calificando el hecho, la Cancillería de Cuba considera al gobierno de los Estados Unidos como violador de la Declaración Conjunta del 2 de mayo de 1995, según la cual, los emigrantes cubanos que fueran interceptados en alta mar por las autoridades norteamericanas tratando de entrar en los Estados Unidos serían devueltos a Cuba.

Lo mismo estaba previsto para los emigrantes que entrasen ilegalmente en la base naval de Guantánamo. Para el Minrex cubano, con esta decisión, el gobierno de Estados Unidos alienta la inmigración ilegal desde la isla, al mismo tiempo que organiza ejercicios para enfrentar un supuesto éxodo masivo y construye en la base un centro para los inmigrantes ilegales, que según el Gobierno cubano lo son por razones económicas.

Con su declaración, el régimen de la isla intenta valerse de la manera inconsecuente, en que por esta vez, Estados Unidos ejecuta la parte que le toca de los acuerdos migratorios. El objetivo es endilgarle a los EE UU el papel de único causante de un fenómeno migratorio, sobre todo en su expresión más trágica y evidente, la balsera, que es la forma que adquiere la emigración ilegal desde Cuba.

De paso, las autoridades isleñas dan seguimiento y mantienen sobre el tapete lo denunciado en la declaración del 16 de julio de 2007, cuando se informó que: “durante los nueve meses transcurridos entre el 1 de octubre de 2006 y el 30 de junio de 2007, se han presentado en sus oficinas 10.724 ciudadanos con visas otorgadas por la Oficina de Intereses de los Estados Unidos para emigrar de forma legal a ese país. Esta cifra representa sólo el 53,6% de la cuota mínima anual de 20.000 visas que deben ser concedidas al concluir el mes de septiembre de 2007”.

Lo que en realidad preocupa en La Habana es el incumplimiento de esta parte del compromiso asumido por los Estados Unidos al suscribir el Comunicado Conjunto del 9 de septiembre de 1994.

Y es que la emigración ya no se percibe en Cuba como en los años del respaldo soviético. Entonces con cada emigrante, la empresa Estado perdía un empleado, que por un salario de tercer mundo realizaba un trabajo propio del primer mundo. Ahora de lo que se trata es de darle camino a una población para la que no se encuentra empleo, que difícilmente se incorporará a la actividad política —so pena de convertirse en desterrada de por vida— y que se transforma en doble fuente de ingresos; una gracias a las remesas, otra por el dinero que deja en las cajas de los centros turísticos y tiendas en pesos convertibles cuando regresa de vacaciones a la patria.

Pero esto mismo lo sabe aquel núcleo del exilio que orienta la política del gobierno republicano hacia Cuba. Esa es la razón por la que apenas mueve un dedo cuando los balseros, atrapados ante sus narices en las mismas playas de la Florida, son regresados a la isla. Muy probablemente sea este mismo exilio quien —tras bambalinas— provoque los incumplimientos que tienen lugar por parte de la Sección de Intereses de los EE UU en La Habana.

De lo que se trataría es que no sólo se cumpla al pie de la letra la deportación forzosa —con alguna que otra desviación para guardar las formas éticas, como ocurrió con el traslado de balseros a la base de Guantánamo—, sino incluso impedir que sigan saliendo de la isla los cubanos insatisfechos por razones económicas o políticas. Ellos son los que se supone conformarán la masa que derroque al régimen actual, orientada por las emisoras de ese mismo exilio, con campañas como la de “Yo no coopero” (en las que se conmina a la población a la resistencia cívica y boicotear la producción) y guiada por lo que la intransigencia del exilio identifica como su partido de vanguardia de la oposición: la Asamblea para Promover la Sociedad Civil en Cuba, organización pro embargo cada vez más comprometida con los sectores que manejan los fondos de la USAID para la democratización de la isla. Todo este proceso es impulsado por las necesidades que al unísono crean los males del sistema interno y el embargo externo.

¿Es mala la emigración para el socialismo?

Aunque reprimida durante décadas, la emigración no es necesariamente un fenómeno negativo para un régimen que se proclame socialista, por el contrario puede servir, en el peor de los casos para dar camino al ejército industrial de reserva que los vaivenes de la economía internacional o los errores de la planificación puedan crear.

Así lo comprendieron excepcionalmente los comunistas yugoeslavos y húngaros, quienes permitían a los ciudadanos de sus respectivos países viajar y trabajar por el mundo, como hoy hacen los chinos y un poco a regañadientes los cubanos.

Para un régimen socialista, la emigración debería ser concebida como un medio adicional de ilustración de sus ciudadanos —al margen de la ganancia económica que provenga del emigrante—, como una vía de difusión de esos mismos ideales que preconiza, y para demostrarle al ciudadano in situ, los males del capitalismo y de la democracia burguesa. Lo que sí es malo es una emigración conformada por ciudadanos desesperados que se jueguen la vida en ello y que esa nación socialista, para traerlos de regreso a la fuerza, deba establecer pactos con aquella a la que considera su enemigo imperialista.

Soluciones a la emigración balsera

Aun si fuera verdad, que no lo es, que Estados Unidos promueve o sigue estando interesado —como una vez sí hizo— en la emigración de los cubanos, incluso de forma legal, el régimen de la isla tendría recursos para contrarrestar las intensiones de sus vecinos. ¿Cuáles serían estos recursos?

En primer lugar creando las condiciones para que los cubanos se sientan realmente partícipes de la política de su país. Para que la voz del ciudadano se escuche en la esfera pública, que en el caso de una sociedad de propiedad estatal hegemónica se convierte en universal, permitiéndole aplicar todas sus capacidades.

Luego pagándole al trabajador por el monto real de su trabajo. Un pago donde no estén incluidos los servicios gratuitos que todo Estado realmente socialista debe darle a sus ciudadanos como modo de equipararlos; un pago en dinero de validez universal que permita al trabajador cubano hacer turismo en el mundo, como lo hacen en su patria no sólo grandes empresarios, sino también los obreros de cualquier parte.

Permitiendo además que si su deseo es emigrar a los Estados Unidos, lo haga directamente, o en su defecto cruzando las amplias fronteras que existen entre México y Estados Unidos, o entre Canadá y su vecino, pero nunca cruzando el mar en frágiles embarcaciones capaces de zozobrar.

Si el partido que gobierna en Cuba desea realmente frenar la tentación migratoria, puede hacerlo priorizando la satisfacción de aquellas necesidades que el propio individuo, y no un burócrata, considera más importantes. Per­mitiéndole además fiscalizar la utilización de los medios y recursos que en teoría son de todos, y por último, dejándole —sin coacciones ideológicas, económicas o políticas— ejercer su voluntad a la hora de determinar sus representantes. En resumen, estableciendo de esta ma­nera un auténtico socialismo, ése que nunca ha existido en Cuba. Mientras éste no se establezca, habrá emigración desesperada, ya sea con la ayuda o el freno —o la alternancia de las dos cosas— por parte de los Estados Unidos.

1 comentario:

Paulo dijo...

Carlos: Claro está que Cuba no goza de un Estado socialista.
La capacidad creadora en el trabajo, el placer al aportar recursos a la productividad, la construcción colectiva de la cosa pública (propiedad de una única clase) Elementos que nos permitirían hablar de un país que opera con ideales socialistas. Evidentemente Cuba es un antecedente de capitalismo de estado que alarda condiciones inexistentes de consenso.
¿quién construye la balsa que luego sostendrá cuerpos cubanos limitados en sus capacidades? ¿qué se escapa con esos cuerpos además de facultad creativa y política?
¿qué componente del trabajo de primer mundo con un sueldo par al isleño atrae los cuerpos de Cuba?
Está claro, el que acaba con la balsa, la coloca en la costa, goza del incómodo asiento en que se incorpora y emprende con esperanza y desepción es esa capacidad de consenso y creatividad política. Ella es la que se escapa con los cuerpos artos del biopoder que se convierte promotor del exilio.

Paulo Aniceto. Córdoba, Argentina